En una pequeñita y pobre aldea vivía un granjero que era considerado como de uan gran fortuna por el resto de sus vecinos, ya que tenía un fuerte y gran caballo, que le permitía arar las tierras de una forma buenísima.

Pero un buen día a este caballo se le escapó por las montañas. Cuando sus vecinos se enteraron de la noticia acudieron para consolarle y le dijeron:

«Vaya, se ha escapado tu caballo. ¡Qué mala suerte!»

A lo que el granjero les contestó con mucha serenidad:

«Buena suerte, mala suerte ¿Quién sabe?»

Pasados unos días, este caballo regresó con cinco potrillos jóvenes. Los vecinos, sorprendidos cuando se enteraron de la noticia acudieron para felicitarle y le dijeron:
«Vaya, no sólo has recuperado a tu caballo sino que, además, también has ganado otros cinco potrillos más. ¡Qué buena suerte!»

A lo que el granjero les contestó con mucha calma:

«Buena suerte, mala suerte ¿Quién sabe?»

Un día de la semana siguiente, entrenando a estos potrillos su hijo se cayó y se partió una pierna. Cuando se enteraron los vecinos acudieron a él y le dijeron:
«Vaya, has ganado tu caballo y otros cinco pero a cambio tu hijo se ha partido la pierna.  ¡Qué mala suerte!»

A lo que el granjero les contestó:
«Buena suerte, mala suerte ¿Quién sabe?»

Pasadas unas semanas este pueblo entró en guerra con un pueblo vecino así que la armada pasó a alistar a jóvenes para que acudieran a defender el pueblo. El hijo del campesino, como tenía la pierna rota fue rechazado por las tropas, salvándose así de una muerte casi segura. Cuando se enteraron el resto de vecinos acudieron para felicitarle y le dijeron:

«Vaya, perdiste tu caballo recuperaste otros cinco pero tu hijo se partió la pierna, más sin embargo ahora, cuando hemos entrado en guerra, tu hijo se va a salvar puesto que tiene la pierna rota ¡Qué buena suerte!

A lo que el granjero les contestó de nuevo:

«Buena suerte, mala suerte quién sabe».