Sigmund Freud y la teoría de los sueños
Freud presentó un enfoque revolucionario para su época que ha dejado una repercusión indudable en el estudio y la comprensión de la psicología humana.
Freud puso de manifiesto el tremendo poder del subconsciente en el ser humano, que se expresa a través de sueños experimentados a nivel de la superficie y “pensamientos de sueño latentes” no conscientes, que se expresan a través del lenguaje de los sueños.
Freud propone que todo el contenido de los sueños está formado por deseos reprimidos, debido a los valores ético – morales de la persona, que se encuentra dentro de un contexto social (gran represor de los instintos más primarios).
Para alcanzar una buena comprensión de los sueños, se debe comprender que éstos se forman de diferentes partes que han de ser descompuestas y analizadas para, finalmente, conseguir comprender los deseos reprimidos del sujeto.
No obstante, el acto de relatar un sueño es francamente complicado, debido a las posibles distorsiones entre lo “vivido”, el recuerdo y el relato del mismo, en un proceso denominado “deformación onírica”, en el que el propio sujeto distorsiona el relato del sueño para no expresar sus deseos reprimidos de forma directa, por encontrarlos censurables por algún motivo.
Es por esto que, Freud, resalta que la alteración en la reconstrucción de los sueños no es nunca arbitraria, sino que está sometida al “determinismo dentro de lo psíquico” y viene marcada por las resistencias internas del sujeto.
Estas resistencias son experimentadas cuando el sujeto se encuentra “consciente”, es decir, despierto, ya que mantiene sus niveles de autocensura activos, mientras que durante los sueños, estas defensas bajan, lo que permite que esos deseos reprimidos emerjan a la superficie.
El preconsciente y el inconsciente
No obstante, pese a la poca importancia que se le ha dado a los sueños en la Psicología hasta la irrupción de Freud, el sueño es “un acto psíquico de pleno derecho”, ya que es impulsado por los propios deseos internos.
Entonces, nos encontramos con dos instancias psíquicas, el preconsciente y el inconsciente, quedando este último a expensas del primero para que se pueda acceder a él.
Una forma de lograrlo es a través de las regresiones, recorriendo inversamente el camino a la formación de ese sueño, es decir, si el camino habitual es en la dirección sensitivo – motora, para poder regresar al sueño buscaremos terminar en la parte sensitiva.
Dormir es, por tanto, un proceso complejo, ya que las experiencias de la vida diurna, especialmente los aspectos no solucionados de la misma, intentan activar al aparato psíquico en su sentido regular, pero la irrupción del sueño lo impide.
Respecto a los sueños de displacer, Freud afirma que se forman debido a la indignación del “yo” censurador ante un deseo no satisfecho, y que moralmente no aprueba, creando este tipo de sueños para que el sujeto despierte y proceda a cumplirlos, tomando el inconsciente el mando sobre el consciente.
Este “yo” guardián baja la guardia por la noche, pero no por descuido, sino por una interrupción en la motilidad, por lo que el sujeto no tomará acción sea cual sea el deseo que se manifieste, además de ser el momento en el que se libera de cierta tensión al inconsciente.
En ocasiones también se producen despertares del sueño, fruto de una ruptura del compromiso entre los sistemas preconsciente, que desea dormir, e inconsciente, que no duerme nunca, ya que “a nada puede ponerse fin y nada es pasado ni está olvidado”.
A nivel de empleo de recursos, éstos se optimizan si se le concede al inconsciente el camino para que pueda formar un sueño y, posteriormente, tratarlo de forma preconsciente con un pequeño gasto energético, a tener que lidiar con el inconsciente durante todo el tiempo que se permanezca dormido.
El sueño es, por tanto, una válvula de escape para el inconsciente y un proveedor de descanso para el preconsciente.
Finalmente, Freud va a terminar argumentando que no se trata de dos sistemas separados, sino de dos procesos, ya que el concepto de sistema presupone una localización, mientras que Freud aboga por una versión dinámica, en la que es la investidura energética la que se impone o se retira de un producto psíquico, sin que sea éste el que se mueva de un lugar a otro.